Gran parte de nuestras vidas la pasamos unidos a un núcleo familiar, ya sea en la familia en la que nacemos o la que formamos. La familia influye de forma determinante no sólo en los distintos ámbitos de calidad de vida, también en quién somos y quién seremos. En familia aprendemos a relacionarnos con otras personas, a cómo resolver los conflictos, a compartir con otros, y por supuesto, las reglas básicas del vivir en sociedad. Aprendemos a mirar el mundo y ubicarnos en él. Aprendemos normas, y formamos nuestro sistema de creencias y valores. Es decir, es la primera instancia que nos enseña a creer en algo, y comportarnos según unos valores.
La primera red de apoyo emocional que tenemos a lo largo de nuestra vida, incluso antes de nuestras amistades, es nuestra familia, es el primer referente en este sentido. Nuevamente, situándonos en el comienzo de nuestras vidas,
es justamente nuestra familia quien nos enseña a ponerle nombre a lo que sentimos, a lidiar con la frustración, a desarrollar nuestra autoestima y donde aprendemos cómo reaccionar ante diversas situaciones. La familia nos ofrece apoyo físico ante la enfermedad o la discapacidad, aportando todas las necesidades materiales básicas, vestido, comida, sanidad, ….
Uno de los grandes atributos que nos entrega nuestra familia es el sentido de pertenencia a algo que juega un papel fundamental a lo largo de nuestra vida constituyéndonos como seres únicos. La familia es base de la inclusión social y sociabilización, suministradora de apoyo emocional, nos proporciona identidad, bienestar material, protección. Pero por encima de todo la familia es una proveedora de amor incondicional.
Qué es la vida sin el amor, el sentimiento de ser dignos de que nos quieran y que nos amen a pesar de las noches en vela cuando somos bebés, la deshonra de la primera mentira, los disgustos de las malas notas, los sinsabores de las discusiones domésticas, la frustración por la desobediencia, la estúpida adolescencia, la decepción de los sueños incumplidos, sentimientos que todos hicimos padecer y que padeceremos. La argamasa de la familia es el amor, sentimiento no condicionado y que solo encontraremos en la piedra angular de la sociedad.
Para la mayoría de las familias de personas con discapacidad intelectual los sinsabores son más intensos y se mantienen a lo largo de toda la vida demandando mayores cotas de abnegación y amorosa entrega dentro del núcleo familiar.
Cada familia de persona con discapacidad intelectual es como una célula en el organismo complejo de la asociación. Aunque similares en lo esencial cada célula tiene diferencias en su estructura, no es lo mismo una neurona que un hepatocito, un linfocito que un neumocito, pero todas ellas son necesarias y valiosas tanto por sus propias capacidades como por estar interconectadas con otras conformando órganos que tienen diferentes funciones y que al asociarse y formar parte de un mismo cuerpo están regadas con la misma sangre, estimuladas por las mismas hormonas y enervadas por el mismo sistema nervioso.
Y nos podríamos preguntar cuál es la sustancia inmaterial que anima este organismo. El alma de ASPAPROS no es otra que la suma del amor incondicional hacia nuestros hijos que reside en cada familia que unidas, coordinadas, formadas, capacitadas, dinamizadas y en sinergia, sin egos, sin vanidades, sin individualidades, movidas por el poderoso amor y la empatía, son un cuerpo social tan poderoso como bello, tan fuerte como delicado, tan necesario como infravalorado.